Éramos cientos de miles, tantas
como estrellas en la noche, otrora,
cuando la Provincia Gigante de las
Indias,
las privilegiadas que habitábamos el
único
continente que va de polo a polo sin
interrupción; colorido, perfumado,
singular
edén lleno de promesas y con
sugestivas curvas de mujer.
Primero,… curioseó el gigante
rubio de ojos azules, quien acompañó
asombrado nuestro vuelo, impresionado
ante tanta grandeza; así como vino,
volvió a partir.
Le siguieron el hombre blanco de
rizos negros,
y el negro de mirar lejano,… y se
quedaron para
arrinconar al hombre de bronce que me
puso nombre y lo pronunció con respeto, por vez primera.
Lamentablemente nos fuimos yendo de a
poco,
sin prisa pero sin pausa, cuando
talaron nuestros
bosques, empobrecieron nuestra tierra
y poluyeron las aguas.
Hoy nos cuentan con los dedos de las
manos;
perdimos fuerzas pero no grandeza, en
este andar
de dolor creciente.
¡No permitas que me extinga!
¡¡No permitas que el Paraguay se
pierda!!
Habla la Tierra ¡Escuchen!
y a veces hasta canta
gemidos imperceptibles sobre
cómo la hiere el sol veraniego,
y la acaricia la brisa otoñal.
Tierra roja, tierra santa,
teñida con la roja sangre
del hombre de bronce y
de tantísimos valientes,
duros como el quebracho.
Sueños de paz arrastra la brisa
hasta algún rincón perdido,
y casi sin haberlo querido
se lleva también los míos,
saturados de orgullo y dignidad;
orgullo de ser paraguayo,
digno ejemplo de gigantes como el
amado Dr. Francia
y San Roque González
de la Santa Cruz.
Urutaú, ya no llores,
¡Nada ganarás con eso!
ya comenzó el proceso
del resurgir nacional.
En esta patria querida,
con mente ágil, mano
firme y grande voluntad.
las águilas vuelven a volar.
El delito contra el alma
“conformismo y abandono”
nunca se instalará,
porque toda esa lepra
“somatización cruel”
es pura llaga corporal
que al fin se extinguirá;
y así el Paraguay eterno,
con una dimensión real
y áureo sol de mayo,
por siempre brillará…
CREYENDO, CREANDO, CRECIENDO.
Diciendo así, se adormece
mecido por la correntada
el poderoso águila imperial,
alejándose de la montaña,
el bosquedal y la maraña,
para contemplar el ancho mar
que también le pertenece.
Desde lo alto, veo a álguien
sentado a la entrada de una iglesia.
Multitudes pasan, y casi nadie lo ve,
arrebujado en las solapas de su saco.
Sonríe quizás a algún feliz recuerdo,
mirando lejos, con aire indiferente.
Este, que fuera luchador y valiente,
hoy acabado, triste, solo, doliente,
se pierde en las recovas de su mente
pareciendo solo estampa del
ambiente.
Antes buen obrero y tal vez creyente,
arrincónase senil, vacío, penitente,
de una iglesia en su rincón silente,
en espera de la limosna de la gente.
Perdió todo su vigor el brazo fuerte
tiñéndose de invierno aquella frente,
que hiciera ayer de todo su presente
tratando de cambiar tan mala suerte.
Casi finalizando el día, el ángelus
tañe en SAN CRISTÓBAL sus campanas,
recordando a todas las almas sanas
elevarle una plegaria al buen Jesús.
Mientras, en el campanario una cruz
nos recuerda el gigantesco suplicio,
del ser justo, que con su sacrificio
permitió que por siempre sea la luz.
Así conforme con su ilusión ya
inerte,
vencido se aleja al fin aquel mendigo
en busca del único e infaltable
amigo,
el sutil abrazo cariñoso de la
muerte.
Mendigos son no solo los huérfanos de
bienes materiales, sino también los
abandonados espirituales y morales.
MENDIGOS son los que olvidando el
mandato
de Dios, ya no luchan por la PATRIA.
Semidormido y volando
en círculos,
el águila también
piensa en el principio,
cuna y sementera de
todas las grandezas…
La doncella guaraní,
hija del hombre de bronce,
la mujer paraguaya.
Mujer de suave cabellera
y mirada profunda como el mar,
acércate a mi para escuchar
cómo me agita tanta espera.
¡Ven a mi! ¡Ven por piedad!
Al caer la sombra primera
de una noche en primavera
con sabor a eternidad.
Busco la luz de tus ojos
como a Dios en un altar,
para así poderle contar
que sin amor, somos despojos.
El simple hecho de amar
casi llena la vida toda,
y a la vez nos acomoda
para nunca querer cambiar.
¡Ven a mi, mujer de bronce!
¡Hija de águila ven a mi!
La hora del despertar
de la patria ha sonado,
y de la vida enamorado
nunca dejaré de luchar.
El águila imperial
a la luz de los cocuyos
vela siempre por los tuyos
y por tu alma inmortal.
TAGUATO RUVICHA reclama
sus tierras, Tus Tierras, NUESTRAS TIERRAS,
los bosques, las aguas,
la integridad, la dignidad y la grandeza,…y te ordena “LUCHAR y LUCHAR para
VENCER y VENCER” con mente ágil,
mano firme y voluntad
indomable como lo enseñó
el amado Dr. José
Gaspar Rodriguez de Francia.
¡Por Dios y por la
Patria
hacédlo hasta el final!
G.E.B.Y 86.231
769/82